30 de abril de 2024

MEMORABILIA GGM 938

Publicamos algunos de los comentarios que se hicieron hasta hoy, de la novela

En agosto nos vemos. (VI)

 

CLARIN

Buenos Aires - Argentina

17 de marzo de 2024

 

Revista Ñ – Literatura

 

García Márquez y la mujer

que inventó su destino

La publicación de la novela póstuma En agosto nos vemos conmemora una década de la partida y 97 años del nacimiento del autor de El amor en los tiempos del cólera. En su encarnizado perfeccionismo, la reescribió muchas veces.

García Márquez y la mujer que inventó su destino El autor de Cien años de soledad.

 

Por Gustavo Tatis Guerra

Hay en esta nueva y breve joya de la literatura universal, En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez, seis capítulos y setenta páginas, una visión renovada del amor en los hombros de una mujer, Ana Magdalena Bach, la protagonista que tiene 46 años, 27 años de casada con un hombre que “amaba y que la amaba”, y fue al altar sin culminar sus estudios de Artes y Letras, siendo virgen y sin tener novios anteriores. Madre de dos hijos: un joven de 22 años, primer cello de la orquesta sinfónica nacional, y Micaela, de 18 años, que deseaba ser monja de la orden de las Carmelitas Descalzas. Un aparente matrimonio donde todo parecía fluir es lo que lleva a crear en el autor la singular paradoja de que “nada se parece más al infierno que un matrimonio feliz”.

La protagonista diseña su propio destino, su paraíso efímero, cada 16 de agosto, al llevar un ramo de gladiolos frescos a la tumba de su madre enterrada en un cementerio de una isla del Caribe descrita como un “pueblo indigente con casas de bahareque, techos de palma amarga y calles de arena ardiente frente a un mar en llamas”.

Un paisaje que por instantes podría ser Cartagena de Indias, en donde hay un caserío pobre de pescadores mutilados por pescar con dinamita (La Boquilla), en donde hay niños desnudos, una laguna sembrada de cocoteros, con garzas, iguanas, cerdos, vendedores ambulantes, una avenida con palmeras reales, playas extensas y hoteles de turismo. Sólo sabemos que en ese lugar nació una poeta y un senador grandilocuente que estuvo a punto de ser presidente de la república, tal como lo precisa el autor 

Esta mujer es diametralmente opuesta al destino de las mujeres en las obras anteriores de García Márquez, que viven los límites opresivos y dramáticos de una sociedad machista y patriarcal. Ana Magdalena Bach, su nombre es evidentemente un homenaje a la música universal. Es una mujer culta, ilustrada, amante de la literatura y la música clásica, pero también del bolero. 

Una mujer de cabellos indios hasta los hombros, cuyos “ojos de topacio eran hermosos con sus oscuros párpados portugueses”, nos evoca la descripción de la mujer de su cuento “El avión de la bella durmiente”. Tiene los “senos redondos y altivos a pesar de sus dos partos” y se unta gotas de perfume Maderas de Oriente en el lóbulo de cada oreja. No se parece en nada a Úrsula Iguarán (de Cien años de soledad), que maneja los hilos del orden y el destino de la estirpe, mientras los hombres cumplen el desvarío de pelear en la guerra, ir al burdel, seguir los pasos del circo o matarse por falta de amor.

Tampoco se parece a Remedios la Bella (de Cien años...), cuya soledad y santidad alejada de los hombres, provoca muertes y catástrofes en quienes la pretenden. Es el reverso del alma de Ángela Vicario (de Crónica de una muerte anunciada), víctima de amar antes de ir al altar, en una sociedad atroz del siglo pasado en el Caribe, que lavaba con sangre el honor de la virginidad mancillada. No es Pilar Ternera y Petra Cotes (Cien años), matronas del placer, a quienes jamás les importó el juicio de doble moral de una sociedad envilecida. No es Fermina Daza (de El amor en los tiempos del cólera), entre dos amores, que esperó enviudar para cumplir los designios del corazón. Lo autobiográfico está presente siempre en toda la creación y construcción del carácter del personaje en García Márquez.

La madre de Ana Magdalena, de ancestros musicales, era una reconocida maestra de primaria en el Montessori, al igual que la profesora Rosa Elena Fergusson, quien enseñó a leer y escribir al autor y lo inició en el encanto de la poesía al recitarle de memoria poemas del Siglo de Oro español, cuando era un niño en Aracataca. De su madre, que decide ser enterrada en ese lugar pobre, Ana Magdalena heredó además del brillo de sus ojos dorados, “la virtud de las pocas palabras y la inteligencia para manejar el temple de su carácter”.

Esta mujer encarna el tránsito de la vieja y anacrónica visión del amor en una sociedad patriarcal y machista en la que hay mujeres sometidas y silenciadas en el rezago latinoamericano, y nos revela el amor sin prejuicios de la mujer independiente, liberada y dueña de su destino en el siglo XXI. En esta novela García Márquez descifra con clarividencia contemporánea las nuevas tensiones interiores del alma femenina, los cataclismos existenciales y emocionales, en contraste paradójico con una aparente y feliz vida conyugal. 

El amor con su anverso y reverso, el amor más allá de la soledad y el laberinto del poder, el amor, la soledad y la muerte, tres grandes obsesiones en sus novelas como El amor en los tiempos del cólera, El general en su laberinto, Del amor y otros demonios, Crónica de una muerte anunciada, y en sus cuentos “María Dos Prazeres” y “Un (sic) rastro de tu sangre en la nieve”. Y esta vez desde otra perspectiva narrativa, la soledad, el amor y la muerte en En agosto nos vemos.

Lo que parece un azar es un lazo del destino. García Márquez elige un viernes 16 de agosto, mes de calores y aguaceros inesperados, de augurios y espantos, para iniciar la metamorfosis emocional de Ana Magdalena, fecha elegida al azar, sin presentir que su musa esencial, Mercedes Barcha, una de las mujeres fundamentales de su vida y obra, luego de más de medio siglo de matrimonio, partiría el 15 de agosto de 2020.

Es como si en un día de un agosto distante y diferente en el tiempo, trascurriría la trama delirante de otra historia de amor, en la que el azar delinearía un horizonte imprevisible de pasiones entre las 3 de la tarde del 16 de agosto y las 9 de la mañana del día siguiente, antes de subirse al transbordador. García Márquez decía en público y privado que él, como todo escritor, tenía tres vidas, una vida secreta, pública y privada, pero que en las tres gravitaban siempre, como presencia ineludible, las mujeres. En su vida y en su propia obra. 

Hasta 1937 vivió en la casa grande de sus abuelos en Aracataca, junto a su abuela Tranquilina Iguarán y el abuelo coronel Nicolás Márquez Mejía, y once mujeres más, entre tías y parientes, y tres indígenas wayuu que vivían en el traspatio de la casa, que es lo único que se conserva intacto en su casa natal, bajo la vieja sombra de un árbol enorme de barbas flotantes que acarician el piano.

De esa infancia no solo proviene Cien años de soledad, su novela clásica, sino toda su escritura, en la que desde niño las mujeres de la casa y el pueblo fueron personajes de carne y hueso para sus cuentos y novelas. “Creo que la esencia de mi modo de ser y de pensar se la debo en realidad a las mujeres de la familia y a las muchas de la servidumbre que pastorearon mi infancia” confiesa en sus memorias, Vivir para contarla. “Eran de carácter fuerte y corazón tierno, y me trataban con la naturalidad del paraíso terrenal. Entre las muchas que recuerdo, Lucía fue la única que me sorprendió con su malicia pueril, cuando me llevó al callejón de los sapos y se alzó la bata hasta la cintura para mostrarme su pelambre cobriza y desgreñada”.

Evoca también a Trinidad, de trece años, hija de alguien que trabajaba en su casa, que en una noche de música de banda lo sacó a bailar y le dejó para siempre la huella de su tacto con la conmoción de su olor de animal de monte en cada pulgada de su piel. García Márquez conoció y descifró el alma de su esposa Mercedes y las de mujeres de todos tiempos: conoció la desolación y la esperanza de las muchachitas que se acostaban por hambre en el viejo burdel de Barranquilla, en el edificio El Rascacielos donde convivió y compartió con prostitutas, en el Niño de Oro de Cartagena, y en los burdeles de Sucre, y las mujeres del mundo con otro poder más allá del oro, mujeres presentes e intangibles como Virginia Woolf, a quien evoca en el final de su novela póstuma, en tiempo presente, por medio del apocalipsis de todo esplendor en las manos perfumadas de la señorita Dalloway y en las cenizas de la madre de Ana Magdalena Bach.

En toda esta novela hay referencias a libros y autores y obras musicales: Ana Magdalena Bach lee Drácula de Bram Stoker, en el primer agosto, y continúa con El extranjero de Camus, El viejo y el mar de Hemingway, El lazarillo de Tormes, la Antología de cuentos fantásticos de Borges y Bioy Casares, Crónicas marcianas de Ray Bradbury, Daniel Defoe, El día de los trífidos de John Wyndham, y escucha frente al primer seducido el Claro de Luna de Debussy, y escucha en próximos agostos: a Dvorak, Mozart, Schubert, Béla Bartók, Chaikovski, Aaron Copland y Celia Cruz, entre otros.

La novela tiene la sutileza de un embrujo adictivo al ritmo sensual de la música, a sorbos de ginebra y brandy. “El mundo cambió desde el primer sorbo. Se sintió pícara, alegre, capaz de todo, y embellecida por la mezcla sagrada de la música con la ginebra”, describe el autor. En la intimidad de la habitación 203 ella abrió la puerta desde adentro de su alma y cumplió su deseo: “No le dejó ninguna iniciativa. Se acaballó sobre él hasta el alma y lo devoró para ella sola y sin pensar en él, hasta que ambos quedaron perplejos y exhaustos en una sopa de sudor”. Ese primer capítulo es un cuento perfecto y la secuencia general son seis narraciones enlazadas en la que Ana Magdalena Bach inicia una nueva búsqueda de su propia libertad individual y sexual.

En una ocasión en privado el autor de En agosto... nos confesó que deseaba escribir novelas de amor, en donde sus protagonistas otoñales y en plena madurez pudieran vivir la felicidad del amor como si vivieran una renovada primavera. El ritmo de la prosa poética fluye cuando describe instantes como “el aleteo de mariposas dentro del pecho se le volvió insoportable con la sola idea de tener al hombre de su vida hasta el amanecer”.

En la novela desnudó el espíritu de hombres machistas como Aquiles Coronado, amante de Los Panchos, que desahogaba su pasión de adolescencia por Ana Magdalena Bach, haciendo el amor con su esposa en la oscuridad, y pensando en la mujer culta y sensible que era Ana Magdalena, pensamiento en la intimidad con su mujer que lo hacía feliz.

En esencia, Gabriel García Márquez fue siempre un alquimista de las historias íntimas y buscaba que sus lectores inventaran y reinventaran la huidiza y misteriosa felicidad del amor, sin ataduras. Batalló hasta el final con los lugares comunes, y fue más allá de la novedad vivencial de ese primer capítulo que genera un verdadero cataclismo en la vida de la protagonista. No se trataba de alargar y repetir encuentros con diversos amantes fugaces, sino confrontar las tensiones que palpitaran en su espíritu.

Así que, en estos seis capítulos el autor reescribió como quien pule una piedra preciosa y alcanzó una breve obra maestra de la literatura, intuyendo que no todo estaba resuelto en los encuentros corporales y sexuales de Ana Magdalena Bach, que elige y no se deja seducir por hombres machistas o patriarcales, sino que profundiza en los intersticios y misterios de una feliz vida conyugal, y nos revela silencios cifrados del deseo no siempre alcanzado.

 

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LA JORNADA

CDMX

3 de marzo de 2024

 

Opinión

Un García Márquez muy especial

    

Por Eric Nepomuceno 

Él no va a estar, pero habrá fiesta: ese día llega al mundo hispánico, a Brasil y a un amplio baúl de idiomas, En agosto nos vemos, su obra póstuma. Es verdad que García Márquez no consideraba que el libro estuviera terminado. Su costumbre de revisar hasta considerar una obra cerrada solía llevar más tiempo que escribirla. Por eso ordenó a Rodrigo y Gonzalo, sus hijos, que el texto no fuera publicado jamás.

Pasado el tiempo, los dos decidieron desobedecer al padre. Y explican la razón: el libro es mucho mejor de lo que recordaban. También dicen que, si los lectores celebran el libro, el padre quizá perdone la traición.

No entraré en detalles de la historia, pero quiero asegurar que Rodrigo y Gonzalo nos ofrecen un tremendo regalo. Y que el padre sabrá perdonarlos.

Hay una descripción detallada de la vida de Ana Magdalena Bach, el personaje central de En agosto nos vemos. Es una visión femenina del mundo y de la vida, y con una tremenda carga de sensualidad nada común en el escenario de la literatura de nuestras comarcas. 

En resumen: es el Gabo en estado puro. 

De todos los libros que traduje de él al portugués de Brasil, por primera vez no pude llamarlo para intercambiar comentarios. 

La verdad es que le consulté una única vez. Mandé media docena de palabras que podían tener doble sentido. La respuesta fue fulminante: media docena de veces la misma frase, “vete al diccionario”. 

Ya los comentarios y las preguntas eran pura diversión. En su libro de memorias, él mencionaba “Cuadernos de Calella”. Bueno, Calella es una pequeña ciudad playera cercana a Barcelona. 

La conocí bien porque ahí vivían exiliados Helena y Eduardo Galeano. Comenté eso con García Márquez, que me preguntó si quería decir algo en portugués. Le dije que no, y él se divirtió en el teléfono: “Perfecto, porque en castellano tampoco quiere decir alguna cosa”.

Termino diciendo que de todo lo que traje de García Márquez al portugués de Brasil, ése ha sido el trabajo que más me costó.

Y no por tratarse de un texto demasiado complicado. Fue el que más me costó porque esta vez no pude llamarlo al terminar ni cambiar comentarios e historias paralelas.

Le diría, por ejemplo, que en Memoria de mis putas tristes la carga de sensualidad y sexo es más discreta, y que el cambio de trayectoria de vida de Ana Magdalena Bach es una sorpresa radical. 

Que el final es absolutamente inesperado, que tuve que releer para entender todo el libro y toda la historia de Ana Magdalena. 

Tengo por norma no leer antes de traducir. Y que cuando tuve que traducir lo que ya había leído hacia un esfuerzo olímpico para olvidar.

Al traducir busco tener la misma y tensa expectativa que enfrento cuando escribo mis cuentos.

Pues en este libro esa tensión persistió en el aire todo el tiempo. Y cuando terminé la última revisión, ella continuaba flotando sobre mi alma. Y continúa todavía, cuando recuerdo el libro. 

La manera como García Márquez oscila entre escenas de sexo explícito, como no recuerdo haber leído en sus otros libros, y delicadas descripciones de hábitos cotidianos de Ana Magdalena, es excepcional.

Una visión femenina insólita, sutil, y por eso mismo permanente. 

No hay duda: Rodrigo y Gonzalo hicieron muy bien cuando desobedecieron la determinación del padre. Y Gabo está de vuelta en su estado más puro y grandioso.

 

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LA NACION

Buenos Aires - Argentina

16 de marzo de 2024

 

Ideas

 

La novela póstuma y crepuscular

de García Márquez

La publicación de En agosto nos vemos, del Premio Nobel colombiano, plantea el dilema de muchos textos finales, en que el estilo de un autor se vuelve otro

 

Por Pedro B. Rey 


Gabriel García Márquez en Cartagena, una de sus ciudades.  Ulf Andersen - Hulton Archive 

Un par de libros póstumos recientes sirven de ejemplo para probar lo heterogéneo de esa supuesta categoría. Cuando falleció en 1977, Vladimir Nabokov estaba escribiendo una novela a la que llamaba El original de Laura. Fue un misterio legendario, guardado bajo siete llaves, hasta que hace más de una década su hijo Dimitri aceptó finalmente publicarla. Nabokov tenía como método escribir párrafos en fichas individuales, lo que le permitía agregar y descartar con facilidad. El original de Laura consiste apenas, como se sabe hoy, en un puñado disgregado de unas poquísimas fichas inconexas. A los lectores de Nabokov solo les queda lamentar que la muerte haya dejado todo en gateras. 

El año pasado, en cambio, se tradujo Guerra, uno de los manuscritos que Céline dejó en su departamento cuando escapó de Francia antes de la Caída de París y alguien luego se robó. Guerra es breve, desprolija, pero se centra en las experiencias del autor en la contienda mundial de 1914-1918. Es el eslabón perdido entre Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito. Tiene, además, algunas de las páginas más extremas en el ya extremo estilo de Céline. No haberla publicado hubiera sido una torpeza. 

En agosto nos vemos, la última pieza que dejó Gabriel García Márquez (1927-2014), dada a conocer ahora, a diez años de su muerte, propone un dilema de otro orden. Por un lado, el colombiano no solo la dejó terminada –aunque la hubiera revisado todavía más–, sino que incluso leyó públicamente algún fragmento en un encuentro en España, cuando todavía era un work in progress. Por otro lado, tal vez más importante, renegó del resultado. Según admiten sus hijos, Rodrigo y Gonzalo García Barcha en el prólogo donde cuentan las razones de su discutida decisión, GGM terminó zanjando: “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”. Como Kafka, García Márquez, que ya había empezado un proceso de pérdida de memoria que lo acompañaría hasta el final, dejó ambiguamente esa tarea en manos familiares. 

Los motivos de la desilusión del propio autor son fáciles de deducir: aunque En agosto nos vemos es un texto cerrado –con un inicio atractivo y un final que no lo desmerece – muestra una prosa minimalista que se parece poco y nada al estilo que convirtió a García Márquez en bandera del viejo boom latinoamericano.

El libro –una nouvelle por sus dimensiones y estructura– cuenta una historia simple, que también discrepa por su trama y temporalidad con los trazos habituales de su narrativa: una mujer que media los cuarenta (tendrá 50 al final) viaja anualmente a una isla caribeña para visitar la tumba de su madre, enterrada allí por razones misteriosas. La protagonista está felizmente casada, pero en una de esas visitas tiene un inesperado affaire de una noche. El hombre, al irse, le deja –para su indignación– un billete de 20 dólares dentro del libro que está leyendo. En los viajes sucesivos, de año en año, dará con nuevas aventuras no buscadas (de un seductor latinoamericano a un holandés, además del encuentro con un viejo conocido). La infidelidad no llega a torturarla, pero sí la lleva a interesarse por los posibles deslices del marido, un músico y profesor carismático y sin conflictos. También descubrirá el secreto de su madre, de la que se descubre continuando a su manera su destino. 

En agosto nos vemos es un relato con pies y cabeza, pero si se hubiera publicado de manera anónima nadie pensaría en García Márquez. Se notan algunas pocas inconsistencias (algo que se debe tal vez a su condición de último esbozo) y también sobresalen algunas frases remanidas, con “calles de arena ardiente frente a un mar en llamas”, que en la prosa frondosa y expansiva de otros tiempos hubieran pasado inadvertidas. Las escenas de sexo, en particular, a pesar de los esfuerzos del narrador por mostrar la mirada femenina, tienden al lugar común, casi de telenovela. 

Hay otras señales, de todas maneras, que indican que García Márquez tal vez se estuviera dando la licencia, con el final de su carrera en el horizonte, de escribir la clase de libro que nunca había escrito. Las fechas de los hechos –por voluntad más que distracción– son indeterminadas, pero bien podrían ser contemporáneas a las de la escritura. Los rasgos y actitudes de la protagonista también se ven contagiadas por esa falta de certezas: por momentos parece de una generación lejana, por otros más o menos reciente.

Otras marcas muestran que GGM tal vez estuviera buscando ser por un breve recreo otro escritor. Nunca el colombiano se había inclinado por recurrir de manera constante a los guiños culturales. La música insinúa ser una clave de lectura: la protagonista se llama Ana Magdalena Bach (como la mujer del compositor) y aparece como un ritornello el Clair de lune de Debussy. También se nombran los libros que Ana Magdalena lee en cada viaje a la isla: el Drácula, de Bram Stoker, la Antología de la literatura fantástica (de Bioy Casares, Borges y Silvina Ocampo) o el Diario de la peste, de Defoe. Si son un reflejo de las peripecias, parecerían encontrarse en el capítulo equivocado. 

La firma de García Márquez tiene tanto peso específico que se tiende a olvidar sus fuentes. Así como en sus comienzos, La hojarasca llevaba el sello de Faulkner y tal vez de Rulfo, después aprovechó como nadie en el complejo linaje de Cien años de soledad el barroquismo ambiente, que ya circulaba de manera más clásica en Alejo Carpentier o que teorizaba José Lezama Lima con su profundidad poética. En El otoño del patriarca, su novela de dictador, alcanzó otra de complejidad y en Crónica de una muerte anunciada una perfecta cronometría de la forma. Nada de eso –ni de realismo mágico– hay en este último legado crepuscular, que puede leerse –contra su voluntad– como una melancólica despedida. Los póstumos de ese orden no son necesariamente un escándalo, pero lo único seguro es que conviene dejarlos para ser leídos al final, después de haber pasado por el resto de la obra, como una simple y curiosa nota al pie.


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26 de abril de 2024

MEMORABILIA GGM 937

Publicamos algunos de los comentarios que se hicieron hasta hoy, de la novela

En agosto nos vemos. (V)

 

NOROESTE

Culiacán – México

17 de marzo de 2024

 

Colaboraciones

 

En agosto... ¿nos vemos?

 

Por Juan José Rodríguez  

El mismo García Márquez pasó años sin escribir y, cuando volvió a presentar nuevos libros, eran un regreso al estilo convencional, cómodo y lúcido: ‘Crónica de una muerte anunciada’ y ‘El amor en los tiempos del cólera’ fueron sus triunfales regresos a su anterior y más fecundo modo narrativo. A juicio de sus lectores y críticos más duros, con el efecto del Premio Nobel en 1982 ya no volvería a recuperar esa gracia. 

¿Hasta dónde pueden los herederos de un gran escritor, guardar, resguardar o sacar al público las obras inconclusas de un escritor cuya obra es un patrimonio global, no sólo del idioma español, sino de toda la cultura contemporánea? 

Este es el caso de la nueva obra de Gabriel García Márquez, “En agosto nos vemos”, recién salida por estos días y de la cual él no estaba conforme. Una obra sobre amores contrariados para usar una de sus frases directas. 

El libro empieza con un prólogo de Rodrigo y Gonzalo, los hijos de Gabriel García Márquez, en un discreto tono de justificación y de disculpa, que un poco recuerda la carta de Clara Aparicio en los cuadernos de Juan Rulfo, que por cierto desde hace tiempo no he visto reeditados.

Es fácil acusar a los herederos de querer aumentar la mina de oro - la viuda de Roberto Bolaño saca cada vez más y más libros inéditos -, pero también hay que reconocer que es un gran aporte que hacen al compartir sus papeles privados, la carpintería secreta con la cual se hicieron obras maestras.

Y ese es el problema de quien hace obras maestras, que no se les permite jubilarse ni hacer libros posteriores en medio tono. Después de haber hecho el Quijote un escritor, no puede hacer novelas ejemplares y “Cien años de soledad” es un Quijote contemporáneo. 

Vivimos una cultura donde los héroes no se pueden jubilar. Sean Maradona o Gabriel García Márquez. 

Por eso hay muchos que en redes sociales hacen la crítica a esta novela de que es muy flojita, mientras que otros agradecen la oportunidad de volver a paladear esa prosa seductora, prosa que sabe colocar la palabra justa en el momento justo. 

Yo temo que sea una versión tropical del clásico del cine “El año en que viene la misma hora” donde una pareja de tímidos infieles se ve una vez al año en la terraza del Empire State

Cada nueva novela de Gabriel García Márquez necesariamente obliga a una relectura de sus obras, que ya forman parte de nuestro ideario e imaginario colectivo, así como su desempeño en la vida política. 

Se ha dicho y escrito mucho de un autor que, pese a las críticas enfrentadas, es un clásico no solo en nuestra lengua si no en la literatura moderna y la de todos los tiempos. Cien años de soledad es el clásico de nuestra época y, por fortuna, el colombiano radicado en México desde hacía varias décadas no es solo autor de “un solo libro”: hay una obra que lo respalda y legiones de lectores que son todo un espaldarazo a nuestro más auténtico “long-seller”.

Se nos olvida que una obra como “Cien años de soledad” es un clásico que, en cierta forma, se volvió antimodernista antes de que se inventara el concepto de posmodernismo: en un momento en que todas las novelas trataban de romper los formatos tradicionales, apareció un texto con una narración clásica, incluso convencional, pero dotada de maravilla y fantasía. 

En su época, las historias narradas más parecían el reporte de una autopsia o grabación intermitente de la grabación de una caja negra. Se creía que la literatura debía imitar en su atrevimiento al arte moderno conceptual y no volver al paisajismo o lo que en México se le llamaba “realismo aldeano” por los puristas. 

A pesar de su estilo barroco (párrafos grandes, diálogo incluido dentro de ellos, a excepción de ciertas frases lapidarias, a la manera de Alejo Carpentier, su más inmediato precursor) “Cien años de soledad” mantiene un fraseo muy actual u directo, así como un conocimiento poético y sensible a los efectos que provocan las minucias del lenguaje y la elección de palabras específicas. 

El humor no desaparece y algunos dicen que la historia a ratos recuerda un bolero o una película mexicana de los cincuenta. Como sucede con “En agosto nos vemos“. 

Eran los años sesenta, momento del rompimiento de la novela, cosa surgida lo mismo de la obra de James Joyce, William Faulkner y Virgina Woolf y luego marcado en la novela europea por autores como Robbe-Grillet, Claude Simon, y Juan Goytisolo: novelas difíciles para el lector convencional.

Aquí en México, uno de esos seguidores fue Juan García Ponce, en su momento amigo de García Márquez cuando recién llegó al DF. Con su novela, Gabo dio un salto hacia atrás que en realidad lo fue hacia adelante y de manera cuántica, abriendo nuevas puertas. Ya nadie tuvo miedo de contar su pasado en la aldea, el pueblo en la montaña o la selva brava. 

Sin embargo, García Márquez también creía en ese tipo de literatura y su siguiente novela, “El otoño del patriarca”, maneja ese estilo muy del Siglo 20. 

No pocos las consideraron un fiasco artístico, aunque autores de respeto como Alejandro Rossi siempre la defendieron como una obra maestra. 

“El otoño del patriarca” para la crítica gringa es su obra más original, ya que, para ellos, las otras novelas de García Márquez (¡Y de Vargas Llosa, Cortázar y Fuentes!) son simples puestas en al día de los hallazgos de otros novelista como Faulkner, Dos Passos y Jean Paul Sartre en lengua española. 

El mismo García Márquez pasó años sin escribir y, cuando volvió a presentar nuevos libros, eran un regreso al estilo convencional, cómodo y lúcido: “Crónica de una muerte anunciada” y “El amor en los tiempos del cólera” fueron sus triunfales regresos a su anterior y más fecundo modo narrativo. A juicio de sus lectores y críticos más duros, con el efecto del Premio Nobel en 1982 ya no volvería a recuperar esa gracia. 

Hay que decirlo: su imagen había sido vapuleada por su relación con Fidel Castro y la Revolución Cubana (dos cosas que a veces se nos olvidan que no son la misma y seguido se confunden), así como las críticas recientes que tuvo su libro “Memoria de mis putas tristes”, que confirmó que el tema del sexo, con menores de edad, ha sido siempre una referencia en casi todas sus obras. 

Y ahora esperemos si con esta novela que romantiza la infidelidad no se sobreviene una cascada de críticas, ahora que se supo que tuvo una hija no reconocida en una relación extramarital... motivo quizás secreto por el cual “En agosto nos vemos“ se publicó después de la muerte de su esposa, la señora Mercedes Barcha.

 

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LA TERCERA

Santiago - Chile

17 de marzo de 2024

 

Rodrigo García, hijo de García Márquez: “No sé cuál era la voluntad de Gabo, solo conozco la voluntad de una persona con alzhéimer”

 

Desde su casa en Los Ángeles, el cineasta e hijo mayor de Gabriel García Márquez habla de la novela póstuma de su padre, En agosto nos vemos. El escritor trabajó en ella hasta que el alzhéimer afectó sus facultades. Pidió entonces que el libro fuera destruido. A 10 años de su muerte, sus hijos “traicionaron” sus deseos. "No es una obra maestra, pero vale absolutamente la pena leerlo", dice en esta entrevista donde habla también de la adaptación de Cien años de soledad, y de Indira, la hija desconocida del premio Nobel.

 

Por Andrés Gómez 

A mediados de 2005, Gerald Martin visitó a Gabriel García Márquez en Ciudad de México. Habían pasado tres años desde su último encuentro. El biógrafo inglés lo vio más recuperado del cáncer, pero intelectualmente menos seguro, de memoria frágil. La gran materia prima de la que se nutría su obra comenzaba a esfumarse, y eso lo angustiaba. Meses antes había publicado Memoria de mis putas tristes, un relato breve, controversial y anacrónico, y ahora temía que no podría volver a escribir.

-Ya he escrito bastante, ¿no? La gente no puede sentirse defraudada, no me pueden pedir más, ¿no crees? -le dijo a Martin. 

En los años que siguieron García Márquez entró en el laberinto del alzhéimer. Apareció públicamente por última vez en 2007, en la celebración de los 40 años de Cien años de soledad. Murió en silencio y rodeado de su familia en abril de 2014. 

El escritor y premio Nobel le había dicho también a su biógrafo: “Todo escritor tiene tres vidas: la pública, la privada y la secreta”. En esa penumbra quedó una carpeta con un proyecto inacabado: un libro tentativo titulado En agosto nos vemos. Leyó un adelanto en 1999 en Madrid, y publicó un fragmento en 2003 en el diario El País. Pero a medida que perdía sus facultades, se sintió confundido, incapaz de terminarlo. Hasta que en un momento le dijo a sus hijos Rodrigo y Gonzalo:

-Este libro no sirve. Hay que destruirlo. 

Diez años después de su muerte, sin embargo, los hijos desafiaron los deseos de su padre: En agosto nos vemos acaba de ser publicada por el sello Random House en español, y simultáneamente llega al inglés, francés, alemán y una decena de idiomas. Los originales, cinco versiones en distintos estados de trabajo, se encontraban al cuidado del Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas, así como una gran colección de papeles, manuscritos y fotografías.

La noticia se conoció en la feria de Frankfurt del año pasado y despertó interés mundial. También, alentó la controversia en torno a la legitimidad de desconocer la voluntad del escritor después de muerto. 

-En un principio, como Gabo decía que el libro no funcionaba, que había que destruirlo, mandamos todas las versiones al Centro Ransom, donde estuvo secuestrado un ratito. Después de unos años, se decidió que se digitalizaría y que podían ir a leerlo investigadores y estudiantes de doctorado. Entonces volvimos a leer las versiones y nos pareció que el libro estaba mucho mejor de lo que recordábamos, y mucho mejor de lo que decía Gabo -cuenta su hijo Rodrigo.

-En su momento no le hicimos tanto caso al libro porque partíamos de la base que era una decisión de Gabo. Pero cuando lo leímos nuevamente, empezamos a sospechar que a Gabo, a medida que perdía sus facultades, se le hizo imposible leer y juzgar el libro. De hecho, el libro se le olvidó, porque él históricamente pulía los libros hasta publicarlos o los destruía. Finalmente, el criterio fue ¿vale la pena leerlo? Y decidimos que sí.

¿Quiere decir que García Márquez no estaba capacitado para tomar esa decisión?

La persona que decía “esto no funciona” ya no era Gabo. Era una persona que había perdido muchas de sus facultades. Era incapaz de leer y entender una sola página. A veces leía un libro, lo mal leía, y no se daba cuenta que era uno de sus libros. O sea, sufría de lo que sufre la gente con alzhéimer, la incapacidad de leer, de comprender, de poder seguir un hilo lógico, un hilo narrativo. Gabo en sus cabales nunca dijo este libro no se puede publicar. Pero no hemos logrado comunicar eso. Yo creo que es más interesante decir que los hijos traicionaron al padre.

¿No reconoce que hay algo de traición?

Sí, hay algo de traición. Pero traicionamos al Gabo con alzhéimer. Estamos convencidos de que el libro vale la pena leerlo. Y finalmente, ¿sabes qué? Se vive con las decisiones que uno toma y en general lo que dijimos en el prólogo es lo que se está comentando: hay consenso de que no es uno de sus grandes libros, pero tiene muchos rasgos garciamarquianos muy fuertes. La prosa, la descripción, la riqueza de los personajes, lo interesante de la situación. No es una obra maestra, pero vale absolutamente la pena leerlo. 

En agosto nos vemos explora en la vida secreta de Ana Magdalena Bach, de 46 años. Una mujer culta, lectora, madre de dos hijos y casada hace 27 años con un músico “que amaba y que la amaba”. Cada 16 de agosto Ana Magdalena visita la tumba de su madre en una isla del Caribe, para dejarle gladiolos. En una de las visitas, cuando su hija está a punto de ingresar a un convento, ella decide buscar la libertad. La tradición anual de visitar la tumba de la madre se convierte entonces en la tradición de buscar un amante por una noche una vez al año. 

De 100 páginas, el relato se aproxima más a un cuento extendido que a una novela. Menuda y ligera, la historia se ambienta en tiempos contemporáneos, pero tiene resonancias de otra época. Desde luego, hay ecos y lazos que remiten a la obra del autor. 

Si García Márquez no hubiese atravesado esa condición de salud...

Había dos opciones. Lo hubiera terminado hasta perfeccionarlo y lo hubiera publicado, o lo habría destruido. Y esto también es un síntoma de su falta de facultades. Gabo no dejaba un libro dando vueltas por ahí. Si él sentía que el libro no funcionaba, lo destruía, como hizo siempre con cualquier obra no terminada. Entonces es un libro que abandonó y se le olvidó que existía, porque Gabo en sus cabales lo hubiera terminado o destruido, no dejado a la deriva como se quedó. Por último, al final nos dijo “cuando yo esté muerto, hagan lo que quieran”. 

Cristóbal Pera, editor de Vivir para contarla y Memoria de mis putas tristes, preparó la edición. Cotejó las diferentes versiones y unificó el texto. “Pero no se agregó nada que no estuviera en las versiones”, dice el hijo. 

A su juicio, ¿qué aporta el libro?

Aporta una visión más feminista de lo que era Gabo. O sea, sin duda él era una persona de su época, pero en un sentido muy feminista, amigo y colega de mujeres. 

¿Y cuáles destacaría como sus virtudes?

Siempre me sorprende el lenguaje y la calidad descriptiva, la capacidad de contar en dos o tres frases cosas que otros escritores necesitarían páginas para contar. El impulso que tiene la historia, que te va llevando de una manera muy dinámica, muy envolvente, y la capacidad para en dos o tres rasgos dar todo el perfil de un personaje. Y luego las situaciones que siempre son cargadas de grandes pasiones, de amores, de obstáculos fuertes. Creo que sí hay muchos de los aspectos más fuertes de Gabo. 

En agosto nos vemos puede funcionar en otro sentido: se instala ahora como la despedida de García Márquez, en lugar de Memoria de mis putas tristes, que fue una novela altamente controversial: la historia de un periodista que para celebrar sus 90 años quiere pasar una noche con una prostituta adolescente y virgen. El libro no logró la repercusión esperada y a menudo fue considerado un relato pálido y problemático, y recibió críticas por sus sesgos machistas.

¿En agosto nos vemos aporta un mejor final a la trayectoria de García Márquez? Memoria de mis putas tristes no parece un libro adecuado para la sensibilidad actual

Gabo escribía lo que le salía del cuerpo. Entiendo por qué el libro fue criticado, pero es lo que él escribió, o sea, no siento la obligación tampoco de defenderlo. No creo que haya escrito En agosto nos vemos para corregir nada, porque Gabo no leía críticas, no estaba consciente de lo que se decía o no se decía de sus libros. Empezó a escribir En agosto nos vemos antes de Memoria de mis putas tristes; es un libro que trabajó por lo menos diez o doce años antes de morir. 

En su opinión, ¿le otorga un mejor cierre?

A mi gusto y el de mi hermano, sí, pero no está ni escrito ni publicado con ese fin.

¿García Márquez no leía críticas?

No.

¿No se enteró de la controversia que suscitó en su minuto?

Sí se enteró, alguien le dijo, pero siguió adelante. Estamos hablando de una persona cuyas facultades ya iban disminuyendo. O sea, es posible que haya escuchado algunas críticas, pero al poco tiempo se le haya olvidado.

Y en su caso, ¿ha tenido la oportunidad de leer las críticas que se han escrito en estos días sobre En agosto...?

Me han enviado algunas y he visto algunos encabezados. Mi impresión es que la gente lo considera un libro que vale la pena leer. En general ha habido más debate sobre si se debió publicar o no, pero se habla muy poco de que ya no era su voluntad, era la voluntad de una persona muy disminuida por el Alzheimer. Pero no he leído ninguna crítica que diga este libro es una basura y no debió publicarse.

Una de las críticas adversas apareció en The New York Times. Según la reseña, el libro puede provocar frustración en los lectores y muestra a García Márquez imitándose a sí mismo…

Bueno, eso para mí no es interesante…

¿Eventualmente, las críticas adversas no los llevarían a replantearse la decisión?

No. Ya no hay vuelta atrás. Y, además, con todo respeto al New York Times, esa es una opinión. No vamos a dejar que todo gire alrededor de lo que dijo el New York Times. Gabo era el último en vivir en un eje cultural centrado en lo que se decía en Londres, París y Nueva York. Toda crítica y toda opinión es respetable, pero el libro no va a vivir o morir por lo que se diga en un lugar en particular. 

¿Qué piensa del debate en torno a la voluntad de los autores tras su muerte?

Con respecto a Gabo y este libro, no sé cuál era su voluntad, solo conozco la voluntad de una persona con alzhéimer, incapaz de leer una página. Es difícil decirlo. Tantos libros se pidió que se destruyeran, como la obra completa de Kafka, por ejemplo, y sin embargo, son libros que han cambiado el curso de la literatura. Siempre está esa pregunta: ¿por qué lo destruyó el propio autor? Hay algo un poquito contradictorio ahí. 

El gran secreto

En la novela se pueden reconocer algunos guiños al universo literario de García Márquez. Ana Magdalena lleva el nombre del río que el escritor y su madre recorrieron cuando fueron a vender la casa del abuelo, Nicolás Márquez. Es una de las imágenes más indelebles de sus memorias Vivir para contarla. Así también una de las escenas de Cien años de soledad, cuando Rebeca llega a Macondo con los huesos de sus padres, resuena en las nuevas páginas.

-El personaje de Rebeca fue real, era alguien que Gabo conoció de niño. No sé si era una familiar lejana, pero fue una niña que llegó a Aracataca con los huesos de sus padres… Hay relaciones que uno puede ir encontrando, porque todos los libros, de alguna manera, son personales, de alguna forma reflejan a su autor.

Publicada en 1967, Cien años de soledad fue la gran estrella del boom latinoamericano y transformó la vida de García Márquez, pero en un punto su éxito llegó a abrumarlo, recuerda su hijo. 

-Después del éxito inicial, que imagino le dio un enorme placer y le cambió la vida, el hecho de que año con año se hablaba y se hablaba del libro llegó a cansarlo. No es casualidad que tardó siete, casi ocho años en publicar su siguiente novela. Yo creo que estaba un poquito harto de oír hablar siempre del libro, pero luego, a partir de Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera, que tuvieron muchísima resonancia, Cien años de soledad, sin perder nada de su prestigio, dejó de dominar la conversación. 

Este año, la obra maestra de García Márquez se convertirá en una miniserie de dos temporadas, producida por Netflix. Con guión de José Rivera, la producción será grabada en Colombia y hablada en español. Se espera su estreno hacia fin de año. 

¿No hay más obras en producción?

No, porque tampoco queremos saturar. Va a salir Cien años y publicamos este libro. Hace un par de años hicimos Noticia de un secuestro, un muy buen trabajo que dirigió Andrés Wood. Ofertas nos llueven, por supuesto, cotidianamente. Si quisiéramos vender los libros de Gabo, los cuentos y sus memorias se podrían vender todos este mismo mes. Pero no se trata de saturar. Ya hay interés en este libro, pero por ahora no se va a vender. 

No faltará quien piense que la edición de este libro tiene que ver más con criterios comerciales...

Inevitablemente. Sí, me imagino que dirán que lo hicimos por dinero. Pero justamente, si fuera por dinero podríamos vender mañana mismo cualquiera de sus libros y con mucho menos riesgo.

En estos 10 años tras su muerte, tal vez la mayor revelación en torno a García Márquez se vincule con su vida secreta: en 2022, se publicó que el escritor tenía una hija, Indira, nacida de una relación de inicios de los 90 con la periodista mexicana Susana Cato, en Cuba. Indira tomó el apellido de su madre y hoy es cineasta en México. 

¿Ustedes sabían de ella? ¿Tienen relación?

No me gusta hablar mucho de Indira porque ella es muy privada, es mejor que hable ella. Ella es menor que nosotros por mucho. No supimos de ella hasta que ya tenía 17, 18 años. Y sí, hemos establecido una relación, nos llevamos bien, creo yo. Pero no me gusta decir mucho más porque ella es muy privada, y no quiere estar definida nada más por esta relación. 

¿Fue una noticia difícil para ustedes?

Evidentemente es una noticia sorprendente, pero bueno, se adapta uno a las cosas.

¿Después de este libro, ya no quedan materiales inéditos? ¿Tampoco de las memorias?

Ya no queda nada. Sé que hay gente que tiene cartas, pero no vamos a sorprender cada cinco años con un libro nuevo. Y de las memorias solo terminó el primer tomo. Creo que le dio miedo que el segundo tomo iba a ser sobre gente que aún estaba viva. Además, no le interesaba hacer las clásicas memorias de gente famosa donde todo es una especie de name dropping: nos juntamos con fulano o con mengano. Una vez que escribió sus memorias, se dio cuenta que esas eran las que le interesaban, que son los años que hicieron de él un escritor.

 

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EL ESPECTADOR

Bogotá - Colombia

15 de marzo de 2024

 

Columnistas

 

En agosto nos vemos

 

Por Santiago Gamboa

 

Pasé la mañana leyendo En agosto nos vemos y me conmovió sentir que García Márquez “está ahí”, en esa escritura tal vez ya no tan resuelta y algo cansada si se la compara con la de sus mejores libros. Pero está. Como la imagen borrosa de alguien muy querido en una foto recién descubierta. Pocos autores fueron tan amados por sus lectores como García Márquez. Lo suyo fue un amor invariablemente correspondido, un idilio entre sus libros y quienes los leímos, quienes seguimos su trayectoria asombrados, a veces más y otras un poco menos, pero siempre con la gratitud a un artista que nos hizo más comprensible la vida, que llevó muy lejos la experiencia de verbalizar de un modo implacable tal cantidad de situaciones e ideas que se volvieron su propia marca, su estilo específico de recrear el mundo, y que fue adoptado y celebrado en el planeta entero. Cuando se dice que un autor es universal, suele ser una metáfora. Porque el universo es infinito, claro. Pero si nos ceñimos a lo conocido, allí donde hay lectores y libros disponibles, podemos decir que García Márquez fue –junto a Pablo Neruda– el escritor más célebre del siglo XX. Más que Hemingway y Sartre y más que Marguerite Duras y Thomas Mann y Marcel Proust. A esos niveles tan altos se vuelve irrelevante comparar talentos, por supuesto, pero lo que sí podemos es ver cómo algunos de ellos tuvieron una vocación mayor para ser comprendidos e incorporados por diferentes culturas y diferentes tipos de individuos. García Márquez –jamás practiqué la infinita lambonería de llamarlo Gabo, que debería estar reservado a sus amigos íntimos de verdad– fue leído en lugares tan remotos como Indonesia o Tailandia, en China es un clásico y, como Neruda, muchas escuelas públicas llevan su nombre; su estética fue seguida por autores como Salman Rushdie desde la experiencia de la India, o Tahar Ben Jalloum desde Marruecos. En todos esos lugares no sólo lo leían, sino que lo idolatraban. Lo amaban. Y ese amor siempre correspondido estaba en todo tipo de personas: judíos y católicos y musulmanes y ateos; gente culta de derecha, de centro y de izquierda; jóvenes y mayores y viejos. Incluso su gran rival en lides políticas y humanas, que llegó a darle un puño en la cara, Mario Vargas Llosa, nunca renegó de su admiración literaria.

Por eso, para mí, la publicación de este libro es un acontecimiento que está en la esfera afectiva, humana, espiritual; más allá del probable valor literario, de si le agrega o no algo a su obra, sino en la posibilidad de volver a sentir el pulso, aún con latidos más débiles, de ese mismo corazón que nos llenó de anhelo, que nos hizo no sólo amar la literatura sino también la vida, que nos llevó a creer que las historias son una forma de conocimiento que nos hará mejores, porque nunca podremos ya saber qué diablos habría sido de nuestras vidas si no hubiéramos podido leer Cien años de soledad o si jamás hubiéramos tenido ante nuestros ojos la definición de la profundidad que escribió en su cuento El ahogado más hermoso del mundo: “Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que pudiera fondear en los mares más profundos, allá donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia”. Gracias una vez más, maestro. Hasta la eternidad.

  

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20 de abril de 2024

MEMORABILIA GGM 936

Publicamos algunos de los comentarios que se hicieron hasta hoy, de la novela

En agosto nos vemos. (IV)

 

CLARIN

Buenos Aires – Argentina

9 de marzo de 2024

 

Opinión

 

Gabo, la música contada

"En agosto nos vemos", el libro más insólito e inesperado de García Márquez, ya está en la calle desde este miércoles 6 de marzo. Aquí, una crónica de su presentación en Barcelona.

                                                                   Ilustración Fidel Sclavo

Por Juan Cruz

Dotado de un oído especial para convencer al idioma de que lo obedezca, el novelista más musical del siglo XX, Gabriel García Márquez, el autor de Cien años de soledad, el hijo del telegrafista de Aracataca, acaso el mejor prosista que haya conocido el largo tiempo que lo separa del pasado, concitó este miércoles a los astros de la lírica para que compartieran con él en Barcelona la grandeza de su escritura. 

La razón es la existencia de un libro insólito, inesperado, e incluso rechazado por él cuando empezó a empeorar su relación con la realidad y también con el futuro. Empujados por la novedad, insólita porque ya parecía culminada la presencia de Gabo en las estanterías, antiguos amigos suyos de Barcelona, sus editores españoles e hispanoamericanos, periodistas, admiradores de su obra y de su trayectoria, se unieron en una especie de homenaje que parecía también, como él hubiera querido, un concierto de palabras y de música, o de música a secas, entendiendo por tal también las propias palabras de su literatura. 

Su libro más esperado y más improbable, En agosto nos vemos, que superó con los años la maldición con la que él mismo lo había arrinconado (“hay que destruirlo”, vino a decirle a sus hijos) ya está en la calle, se puso de largo precisamente este miércoles 6 de marzo, cuando él hubiera cumplido 97 años, en medio de una expectación que sólo puede superar ahora la que a lo largo de algunos años concitó el más enervante de sus atrevimientos, Cien años de soledad. Y la concentración, entre admirada y agradecida, fue en Barcelona, el talismán de la vida del joven Gabo, que se vino a hacer más famoso en la Barcelona que todavía soportaba las raíces podridas del franquismo. 

Atacado por la enfermedad que halló nombre cuando él era un muchacho, el alzeimer, Gabo terminó siendo desobedecido por sus hijos, Rodrigo y Gonzalo, que, ayudados por un gran editor que ya lo había sido de su padre, Cristóbal Pera, le dijeron a sus editoras (Random House en todo el mundo de habla hispana; Planeta en México y Centroamérica) que ya podían contar con esta música póstuma que siempre se tituló, cuando Gabo sabía y cuando él ya no sabía, En agosto nos vemos.

Esta celebración del nacimiento de una novela, y ya no habrá más novelas, dijo Gonzalo en la presentación definitiva de este hallazgo, tuvo efecto en Barcelona, donde Gabo conoció el éxito de Cien años de soledad mientras simulaba en los bailes de la gauche divine catalana que él todavía no era verdaderamente un escritor… Vivió durante meses simulando ser otro, aunque se llamara Gabo, pero en aquellas noches de Bocaccio de pronto sus mejores amigos (eso me contó Beatriz de Moura, la creadora de Tusquets) lo hallaron presumiendo de ser el autor de Cien años de soledad. “Porque lo era”, me contó Beatriz. 

Él vivió en Barcelona, con su mujer, con sus dos hijos, en la calle Caponata, a la espera de que, desde Argentina Paco Porrúa, su editor, le dijera que aquella maravilla, Cien años…, que le abriría los cielos del olimpo, en efecto lo iba a convertir en millonario. 

No fue cualquier cosa aquella premonición. Cuando él y Mercedes Barcha, la madre de los chicos, contrajeron matrimonio alguien le fue con cuentos al suegro: ese muchacho será siempre un muerto de hambre. A quien quisiera oírle Gabo le decía, para que fuera con el cuento al suegro, que él un día sería millonario.

Lo fue, también millonario de lectores. En Barcelona, donde escribía descalzo y bailaba como un colombiano, supo de la buena nueva que acompañó la suerte de la novela más importante de la literatura en español del siglo XX, vivió allí su idilio familiar con la ciudad, compartió las mieles del boom hasta que rompieron, con Mario Vargas Llosa, y encontró al gran amor de su vida de escritor: Carmen Balcells, la agente literaria que procuró que la riqueza que venía por un lado no se le fuera por el otro.

Jamás se dejaron ni se interrumpieron la agente y él, hasta el final de los días de Gabo, que murió dos años antes que Carmen. Hasta que ésta tuvo respiración, esa reunión astral (a Carmen le encantaba comprobar la suerte consultando a los astros) les dio beneficios mutuos.

Ella, Carmen, como los hijos, como los que leyeron las distintas fases de la novela que ahora reaparece como una emocionante novedad, tenían el pálpito de que era francamente exagerado romper en pedazos, tirar lo escrito a la basura llorosa de la historia. 

Los hijos dicen en el prólogo de esta edición que ahora es materia de lectura universal, pues en mucho tiempo un libro no ha creado tanta expectativa, que ojalá el padre les perdone por haber sacado de los arcanos universitarios esta obra de arte. 

En el acto de Barcelona, donde la actriz de origen argentina Barbara Lennie leyó párrafos que llenaron de emoción el auditorio de la Biblioteca Gabriel García Márquez, el marco de esta celebración, se escuchó la absolución laica de Héctor Abad Faciolince, colombiano como él, enamorado del texto y de su música. Dijo Héctor, mirando a Gonzalo: “Dénse ustedes por perdonados”.

Hubo en este acto mucha gente que aun recuerda al Gabo que escribía descalzo o jugando con sus hijos; aquel que recibía a los visitantes, para quitarse a sí mismo la timidez o la vergüenza, activando un artilugio que desprendía una risa fantasmal. Con aquella indumentaria como de arreglar coches, parecía vivir en el limbo infantil de sus hijos, en una casa que sabía a Bach y seguía siendo como un bromista de Cartagena de Indias y ya estaba en su estantería chica la legendaria cubierta de Cien años de soledad. 

Esa atmósfera de sorpresa y alegría había este 6 de marzo, como si en efecto Gabo hubiera vuelto, tras una larga excursión, a la ciudad de Barcelona, y se hallara entre amigos antiguos, como Leticia Feduchi y sus hijos, escuchando en la Biblioteca que lleva su nombre la música de jazz o algunas de las composiciones de sus músicos más queridos.

Fervor por Gabo. Xavi Ayen, uno de los grandes escritores del periodismo que sabe del boom, Pilar Reyes, la directora de la literatura en la casa Random House, y el paisano Abad Faciolince, el hijo Gonzalo, le pusieron literatura, evocación, a un acto que parecía una resurrección de bienvenidas. Aquella atmósfera, llena de música y de palabras, parecía dirigida por Gabo y por Carmen Balcells (alguien dijo: “Es como si resucitaran a la vez Carmen Balcells y Gabriel García Márquez”) en la ciudad que fue gran parte de la vida que ambos celebraron.

He vivido años junto a escritores, trabajando con ellos, leyéndolos, haciéndoles café o excursiones, desde Paul Bowles a Elena Poniatowska, Octavio Paz o Jorge Luis Borges, a todos los he visto hablar de sí mismos y sobre otros. A quien conocí cuando yo aun no sabía cómo eran los escritores fue precisamente a Gabriel García Márquez.

Abrió con su carcajada de cartón la calle en la que guardaba la intimidad de la casa, su cabeza pesando sobre unas manos que había adiestrado para que lo sorprendieran haciéndole caso a su ritmo, el que sigue intacto en esta novela que es la sinfonía para una mujer triste que se pasó la vida viajando para recuperar su alegría.

Algunos van diciendo que quizá este libro, en efecto, pudo esperar la suerte de la nada. Nos hubiéramos perdido la mejor metáfora de Gabo. Quien abre este libro, que es como una alcancía de secretos, abre también un cajón de lágrimas por las que él camina abriéndole la puerta al que tiene la voluntad de envolverse con su modo de decir, con su melancolía. Esa cara que tenía Gabo cuando, al final de sus tiempos lúcidos, empezó a saber que lo que tenía delante ya tan solo era el pasado, se entiende mejor aquí, en esta caja de música con la que se despidió de la salud de vivir.

Esta novela lo ha desvelado para ser reconocido otra vez con la alegría de ser leído como si fuera por primera vez y este libro inaugurará de nuevo su viaje por la música de escribir.

 

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EL ESPECTADOR

Bogotá – Colombia

10 de marzo de 2024

 

El Magazín Cultural

 

Lectura crítica de

En agosto nos vemos:

que García Márquez

nos jale las patas

Llegó a las librerías la novela que dejó en borradores nuestro premio nobel de literatura, y se abrió un debate sobre si se debía publicar o no la obra póstuma. Aplaudo tenerla en mi biblioteca.

Por Nelson Fredy  Padilla 

Gabriel García Márquez (1927-2014) cumplió 97 años de nacido el pasado 6 de marzo, día en que se publicó a nivel mundial “En agosto nos vemos”. Las celebraciones por su vida y obra continuarán hasta el próximo 17 de abril, día en que se cumplen diez años de su muerte.

                                                                                                             Foto: EFE y Penguin

Las 109 páginas en que terminó editada su novela póstuma, En agosto nos vemos, genera sentimientos contradictorios. La presentan con el mea culpa de los hijos, Rodrigo y Gonzalo García Barcha, que le piden perdón al padre de antemano tras el “acto de traición”, y eso despierta cierta indignación y morbo por haber ido en contra de la última voluntad literaria del autor, que les pidió destruirla, aunque también les dijo “hagan lo que quieran”. (Recomendamos: La lucha de los García Márquez contra el alzhéimer, investigación de Nelson Fredy Padilla) 

Pero al empezar la lectura eso se vuelve anécdota, porque como siempre lo hizo el premio nobel de literatura 1982, la historia de Anna Magdalena Bach y su isla lo agarra a uno por el cuello desde la primera frase y no lo suelta hasta hacerlo cómplice de una trama sobre cómo el amor materno, el amor de pareja y el amor casual entretejen la vida de esta mujer hasta el límite de sus pasiones de cuerpo y alma. 

Desde el primer hasta el último párrafo aparece su impronta en el dominio del idioma, para hacerlo sonar como una pieza musical, con ritmo y melodía dosificados con la composición de frases cortas y puntos seguidos. Eso mientras propone una banda sonora conmovedora y la lista de libros que lee Anna y que constituyen un regalo adicional. Es un reencuentro con la esencia del autor: sintaxis y gramática únicas, liberadas de “corsé”, como él decía, con la búsqueda eterna del adjetivo preciso que da vida suprema a los sustantivos. 

No es el encuentro con una ficción clásica de la importancia de El otoño del patriarca, Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, en el orden que a mí me gustan. Pero sí es una novela corta valiosa, fruto de un ejercicio virtuoso de condensación narrativa que me recordó a El coronel no tiene quien le escriba. 

He leído a críticos que opinan que En agosto nos vemos debió desaparecer y que este caso no puede compararse con lo que hizo el editor Max Brod cuando decidió no incinerar los libros de su amigo Franz Kafka. Gonzalo García Barcha explicó en las ruedas de prensa de estos días que la publicación fue meditada en familia y con asesoría literaria por al menos ocho años. Dentro de los factores que tuvo en cuenta para aprobar la publicación fue definitivo que la novela estaba completa y con final revisado, que las versiones evidencian que la reescribió entre finales de los años 90 y 2004, y que su padre publicó obras a las que les corrigió detalles para ediciones posteriores.

Hay una que otra repetición de giros y adjetivaciones, un par de contradicciones que no voy a enumerar, para que el lector las descubra, pero asistimos, ahora sí, al último concierto del estilo garciamarquiano.

Recordándolo a él, a su rigurosidad “de hormigón” para corregir textos, como lo vimos ejercerla y nos la enseñó a la “muchachada” de la revista Cambio a finales de los años 90, seguramente no estaría satisfecho y, tal vez, por eso pidió botar los borradores. Habría dicho, como en la autocrítica que anotó sobre las páginas del perfil que escribió sobre el presidente venezolano Hugo Chávez en febrero de 1999, “El enigma de los dos Chávez”: “Indigno de un premio Rómulo Gallegos… el texto es lo que pudo haber sido y no fue”.

El hijo de Gabriel García Márquez, Gonzalo García Barcha (c), junto al periodista Xavier Allen (i) y el escritor Héctor Abad (d), el pasado miércoles en el acto de presentación de "En agosto nos vemos", en la biblioteca Gabriel García Márquez de Barcelona.

 El hijo de Gabriel García Márquez, Gonzalo García Barcha (c), junto al periodista Xavi Ayen (i) y el escritor Héctor Abad (d), el pasado miércoles en el acto de presentación de "En agosto nos vemos", en la biblioteca Gabriel García Márquez de Barcelona.  Foto: EFE - Marta Perez 

Bien dijo en la presentación en Barcelona el escritor colombiano Héctor Abad que esos lunares le lucen a la novela. Las enmendaduras a mano sobre una y otra versión, páginas que los lectores verán al final del libro, dan cuenta del proceso creativo de un obrero del idioma, que en este caso no había corregido su última obra al ciento por ciento porque el cáncer y el alzhéimer lo diezmaron, pero que reivindicó antes de irse, como dicen los hijos en el prólogo, “su capacidad de invención, la poesía del lenguaje, la narrativa cautivadora, su entendimiento del ser humano”. 

Por eso, al cerrar la bella edición de Penguin Random House, estructurada por Cristóbal Pera, mi sentimiento es de agradecimiento con él y con los hijos de García Márquez. Lo que nos han compartido es invaluable para mí como alumno del mejor maestro, como lector y como profesor de escritura creativa. No tenía sentido que esos originales, vendidos en 2015 por la familia García Barcha a la Universidad de Texas, siguieran guardados en los archivos del Harry Ransom Center, en Austin, sino que se volvieran de dominio y debate público.

Ahora podré sentarme con mis alumnos de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, como lo hemos hecho varias veces, a “desarmar” otro libro de García Márquez “por las costuras”, como él ordenaba al recomendar alguna obra en la revista Cambio.

Lo haremos para seguir aprendiendo de él en el siglo XXI, no porque queramos narrar como si viviéramos en los tiempos del boom latinoamericano y del realismo mágico, sino porque nos dejó una lección final de disciplina para seguir adelante: si uno ama escribir, debe ser consciente de que la escritura es “un oficio de todos los días y de todas las horas”, hasta que la salud decrete el día final. 

Llamo a embarcar hacia la isla y la vida de Anna Magdalena Bach, así el fantasma caribe de Gabo venga a jalarnos las patas. 

 

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EL TIEMPO

Bogotá- Colombia

17 de marzo de 2024

 

Columna de opinión

 

De un librito y otros demonios

‘En agosto nos vemos’ es una pesca desordenada de ideas

contenidas en varios proyectos de la novela.

 

Por María Isabel Rueda 

De todas las críticas y defensas que he leído y escuchado alrededor de la obra póstuma de García Márquez, ‘En agosto nos vemos’, quizás una de las que más pistas contiene de por qué la publicaron es la de Alexandra Alter en el ‘New York Times’. 

Sobre el libro, al que titula escuetamente ‘En agosto’, dice que García Márquez “lo alcanzó a batallar para terminarlo y estuvo haciendo cambios durante años, eliminando frases, garrapateando en los márgenes y dictando notas a su asistente. Y finalmente se rindió”.

Probablemente se dio cuenta de que no era publicable porque nunca estuvo terminado. La original historia es la de una mujer casada de mediana edad, Ana Magdalena Bach, que cada agosto hace un viaje para visitar la tumba de su madre en una isla del Caribe no identificada, que combina algunas veces (en el libro solo dos, que yo recuerde) con encuentros sexuales que mantenía con hombres desconocidos.

Se citan muchísimos ejemplos de famosos escritores que encomendaron la tarea de destruir textos inéditos a su muerte a familiares, amigos o albaceas, que los traicionaron publicándolos, de lo que a veces surgieron obras maestras. En el caso de García Márquez, según dice el artículo, la solicitud se la hizo a su hijo, Gonzalo García Barcha: “Me dijo directamente que había que destruir la novela”. 

Sin embargo, de común acuerdo, sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, concluyeron que había que publicarla, y aquí viene la peor parte de la descripción del ‘New York Times’: su argumento se basó en que, por su demencia, “Gabo perdió la capacidad de juzgar el libro”. ¿Y por qué no pensamos en que pudo ser al revés? ¿En que el mayor acto de lucidez en el ocaso de su vida fue ese, destruir esas páginas deshilvanadas, cuando la neblina del alzhéimer ya levantaba vuelo alrededor de su mente?

Según el NYT, hace dos años sus hijos resolvieron darle un nuevo vistazo a la novela, que “era confusa en algunos lugares”, pero se sentía completa. (¿Según quién?) Dejó de ella al menos cinco versiones y en una carpeta había un OK. A partir de esa versión fue que empezó a trabajar Cristóbal Parra para editar el texto final. Pero igualmente tomó pedazos de otras versiones y de un documento compilado por un asistente del escritor con los cambios que había querido hacer. Se nota, porque en un solo capítulo Parra nos cuenta tres veces que la hija de su protagonista quería ser monja.

Y ahí viene esa especie de engaño que es ‘En agosto nos vemos’: que salió al mercado como la novela póstuma de García Márquez y no como una obra inconclusa. Lo que evidentemente es. 

La han defendido personas de tanta autoridad como mi profesor y amigo Juan Esteban Constaín, quien pregunta en su columna de EL TIEMPO: “¿Cuál es la obra completa de un artista? ¿Solo la de sus grandes momentos y su esplendor y su gloria o también la de su vida misma, su vida toda, forjándose día a día? Yo creo que es lo segundo. (…) Siento que el espíritu de un genio, su destino, está contenido en cada una de sus creaciones, no importa cómo, no importa cuándo”. Disiento de Juan Esteban. Este libro es una pesca desordenada de ideas contenidas en varios proyectos de la misma novela por parte de manos ajenas a las del autor. Por lo tanto, es una compilación que produjo un librito bastante malo. 

En cambio, las críticas de Aura Lucía Mera (exdirectora de Colcultura) en ‘El Espectador’, así como las de la escritora Carolina Sanín, en Cambio, son implacables. La primera sostiene que no piensa leerse el libro, porque “me parece que publicarla es una falta de ética de sus hijos, de los editores del libro y de toda la propaganda que se le está haciendo. Mientras Sanín dice: “Este libro es bastante pobre y no es la primera novela cursi de García Márquez. El gran genio americano publicó en sus últimos años libros en los que parecería estar copiando lo peor de sí mismo”. Y remata: “Este es un negocio gigantesco y como tal deberíamos tratarlo”. Por lo demás, sugiere que sospechosamente está escrito casi como un guion de cine en espera de que se filme la película que está esperando a Ana Magdalena Bach, que, con seguridad, pienso yo, será mejor que el libro. 

Yo lo compré porque mi librero de cabecera, el adorable Felipe Ossa, cuyos consejos sigo a ciegas, me dijo que el estilo de Gabo estaba retratado de principio a fin. También lamento discrepar. Si no se hubiera publicado esta novela, y siento decirlo, García Márquez habría ganado mucho y habría perdido nada. Por desgracia, la publicación de ‘En agosto nos vemos’ invierte la ecuación. 

Tiene al comienzo, sí, quizás unas primeras hojas muy garciamarquianas que retratan su realismo mágico; pero en escasos renglones se irá diluyendo hasta ya no existir al final de esta historia inconclusa, que termina como el libro: arrastrando sin misterios un saco de huesos. 


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